Isabel sabía demasiado bien que España se había desangrado durante más de setecientos años bajo la opresión musulmana. Algunos judíos españoles que odiaban a la cristiandad y deseaban ver destruida su influencia, indujeron a los berberiscos a cruzar el angosto estrecho de África y apoderarse de las tierras de los cristianos.

La incitación fue escuchada. Pronto la Península fue arrasada por el fuego y la espada del infiel. Unos judíos abrían las puertas de las ciudades al invasor, mientras otros luchaban en los ejércitos de los visigodos cristianos. Los berberiscos conquistaron toda España, excepto unas desguarnecidas, montañas en el Norte, donde se refugió el resto de los cristianos. Pero no se detuvieron los invasores en los Pirineos. Invadieron Francia, y habrían conquistado toda Europa si Carlos Martel no los hubiese rechazado en una sangrienta batalla que duró ocho días, cerca de Tours, en 732.

Siete siglos de lucha fueron necesarios para recuperar, paso a paso, del poder invasor, las tierras conquistadas. Año tras año, siglo tras siglo, habían ido empujando a los enemigos de Cristo hacia el Mediterráneo.

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